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Lipidosis hepática felina

La lipidosis hepática felina consiste en la acumulación de grasas en el hígado, en cantidades tan grandes que bloquean el funcionamiento de este órgano. Por esto, esta enfermedad se conoce también con el nombre de "síndrome del hígado graso".



Esta enfermedad ocupa el primer lugar entre las afecciones hepáticas en los Estados Unidos, país que cuenta con la mayor proporción de gatos obesos dentro de la población felina. Se observa sobre todo en gatos de entre 4 y 12 años de edad, con mayor incidencia en los animales esterilizados que en los enteros y preferentemente en machos, es decir, en la población más expuesta al riesgo de obesidad.


En efecto, esta afección aparece cuando un gato obeso deja de alimentarse. Esta anorexia, que ciertos autores asimilan a la anorexia mental encontrada en la especie humana, puede desencadenarse a partir de una situación de estrés: diversas enfermedades, cambio de hábitos o de domicilio, llegada al hogar de un nuevo animal o una nueva persona, y también cambio brusco de alimento.


En efecto, el gato se caracteriza por la peculiaridad de no comer un alimento que no aprecia y, contrariamente al perro, puede dejarse morir de hambre junto a un comedero lleno. Si en la casa hay varios animales, esta anorexia puede pasar desapercibida, tanto más cuanto que el gato conserva su entusiasmo. Incluso a veces, su propietario estará satisfecho de constatar una ligera pérdida de peso. Sin embargo, esta pérdida de peso corresponde a una pérdida no sólo de tejido graso sino también de tejido muscular, dado que la renovación de las proteínas corporales no está compensada por las proteínas ingeridas. Tras algunos días o algunas semanas de anorexia, el hígado deja de funcionar bruscamente y aparecen signos de lipidosis hepática "ictericia y encefalosis hepática (mirada perdida, salivación excesiva)"seguidos al cabo de algunos días de coma y, luego, de la muerte del animal.


Para establecer el diagnóstico de certeza es necesario realizar una biopsia de hígado, dado que estos signos no son específicos sino que corresponden solamente a un bloqueo de la función hepática.


El tratamiento, que debe ser llevado a cabo por un veterinario, es esencialmente de tipo nutricional y consiste en alimentar por la fuerza al animal, mediante una jeringuilla o una sonda nasogástrica, con un alimento líquido específico, hasta que recobre el apetito. Esto ocurre generalmente al cabo de dos o tres semanas. La realimentación, tanto líquida como sólida, debe llevarse a cabo progresivamente, por pequeñas cantidades. El pronóstico es favorable, siempre y cuando la enfermedad sea detectada precozmente y se respeten las reglas terapéuticas mencionadas.




Fuente: http://www.infomascota.com

 

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